La industria turística de Perú se alimenta del esclavos quechuas contemporáneos

Ollantay Irzamná / otramerica.com
Los mercaderes folclóricos del Perú “moderno” venden con orgullo y algarabía las maravillas e inefables grandezas incas a propios y extraños, argumentado que son la herencia de “sus” milenarios ancestros.

peruanaPero, la industria del turismo en el Perú andino genera dólares para pocos y dolor y humillación para aborígenes quechuas, descendientes directos de arquitectos y constructores de las maravillas turísticas del Perú.

La humillación, la sobreexplotación y el desprecio aniquilador que padecen indígenas quechuas en el Cusco es igual o peor que en la época colonial. Veamos dos casos observados en el apoteósico “Santuario Histórico” del Machupicchu, declarado nada menos que por la UNESCO, hace 30 años atrás, como parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad.

En México, a los cargadores esclavos se los denominaba tamemes, en el Perú se los llama porteadores
Don Narciso Huamán, de 49 años, es quechua, semianalfabeto, de las alturas del municipio de Ollantaytambo (Urubamba). Desde hace 20 años atrás “trabaja” como porteador (cargador) en la ruta del Camino del Inca (42 Km.) Él, al igual que cientos de sus compañeros/as, no conoce derecho laboral alguno.

No conoce al dueño de las agencia de viajes, tampoco una instancia dónde acudir para quejarse de los abusos permanentes sufre en el silencio y la impotencia. Pero, necesita (para su familia) los 40 soles (14 dólares) de pago diario a cambio de cargar en sus espaldas el equipaje, comidas, bebidas y carpas (entre 25 a 28 kilos) para turistas que deleitan del exuberante y mágico Camino Inca.

Las agencias de turismo cobran hasta 900 dólares por persona para recorrer el Camino Inca. A Machupicchu y Ollantaytambo ingresan diariamente (en temporada alta) entre 4.000 a 6.000 turistas. El ingreso a las partes altas del Santuario del Machupicchu cuesta cerca de 40 dólres por persona (sean nacionales o extranjeros), y sólo se compra con tarjeta por internet.

Narrando las condiciones humillantes en las que cargan los equipajes, Don Narciso nos dice en quechua: “Disculpaywanki. Huasinchispi alqhonchisraqmi noqhaykumantaqha aswan allinta mijunpas…” (Me disculpa. Nuestros perros en nuestras casas comen mejor que nosotros), indica el cargador con los ojos preñados de dolor y lágrimas, indicando las condiciones denigrantes en las que cargan los bultos de turistas por el Camino Inca.

porteador“Cargamos entre 25 a 28 kl. Por cuatro días. Llevamos las mejores cosas, comidas y bebidas en nuestras espaldas. Pero, para nosotros sólo nos dan arroz y fideos mal cocidos de comida. En el suelo mojado, y bajo la lluvia comemos y dormimos. Pasamos mucha hambre. Si nos enfermamos no hay dónde acudir en el monte. Cuando los turistas dejan algo de su comida, entre porteadores luchamos para recoger y comer dichas sobras de comida (…)”.

“En total son casi como una semana que dejamos nuestras casas para cargar, contando los días de salida y regreso a nuestras comunidades. Pero, la agencia sólo nos paga entre 160 a 180 soles, por los cuatro días que cargamos. No nos reconoce los gastos de pasaje (…)

Así, en esas condiciones cargamos. Así envejecemos, y morimos. Muchas veces nos humillan y desprecian por ser indígenas, no sólo en las ciudades como éste (Ollantaytambo), sino incluso en el Camino Inca y en Machupicchu (…)”.

Este relato entrecortado no es una cita de los textos de las crónicas de la Colonia. Es un testimonio vivo, narrado en quechua por uno de los cientos de esclavos indígenas de la moderna industria del turismo peruano, del siglo XXI. La indignante esclavitud de los tamemes (cargadores) del siglo XVI no ha mejorado ni con la ilusión de la República, mucho menos con la modernidad neoliberal.

En el Santuario del Machupicchu, lugar organizado sólo para extranjeros y castellano hablantes, la situación para quechuas es igual o peor que en el prodigioso Camino Inca.

Al Machupicchu, quechuas que no hablen castellano o inglés, no ingresan
Daniel Paucar, un atrevido transgresor joven quechua de Ollantaytambo, osó acompañar, a abuelos/as, madres, jóvenes y niños/as de las alturas de Ollantaytambo a Machupicchu, por primera vez. Todos/as iban con sus ropas dignas y coloridas.

Pero, al llegar al control de ingreso al Machupicchu, este grupo de 16 personas indígenas fueron hurgadas en sus equipajes hasta lo más mínimo, y obligadas a dejar sus comidas y bebidas en la puerta. Mientras, nacionales y extranjeros entraban y salían cargando sus mochilas y bolsas, sin que nadie los revisase.

En uno de esos atropellos abusivos, Daniel se atrevió a increpar en castellano a una de las controladoras por qué no revisaban a los gringos. La señora, con su chaleco del Santuario del Machupicchu, respondió: “Ellos entienden lo que se les dice. No hay por qué revisar a ellos”.

porteador2Y, dentro de la zona arqueológica, turistas y guías, hacían filas para hacer las mejoras tomas fotográficas con la colorida presencia que intentaba huir incómoda de las cámaras. Las y los indígenas, para el imaginario de la República mestiza neoliberal peruana, seguimos siendo ignorantes, incapaces de entender…

Pero, el idealizado extranjero sí entiende y sabe. ¡Maldita maldición del Malinche! La floreciente industria del turismo se jacta de “la herencia milenaria del Perú incaico”, pero escupe y desprecia a las y los aborígenes (legítimos herederos del incario) que sobremueren en la exclusión y el racismo institucionalizados.

¿Puede existir mayor hipocresía e irracionalidad que ésta?
La República peruana no sólo despojó a indígenas quechuas de su patrimonio material, espiritual y cultural, sino que, ahora, como antes, comercializa con las fuerzas y la carne viva indígena. En la folclórica industria del turismo peruano, los nichos laborales más despreciables y humillantes están reservados para coloridos aborígenes quechuas con menor grado de escolaridad.

Ante este patrimonio de la vergüenza peruana, los incas, las ñustas, Ollantay y todos los quechuas que construyeron Ollantaytambo, Machupicchu, Sacsayhuaman y otros (antes de la violenta invasión europea), con seguridad lo destruirían estos históricos monumentos arquitectónicos, ahora, motivos para la humillación, anulación y esclavización de sus auténticos descendientes.

Así es este Perú “moderno” sin ilustración que se ilusiona con el racializado mercado del turismo sobre las cenizas del pueblo quechua.

V o l v e r